ÉRIC-EMMANUEL
SCHMITT,
DRAMATURGO, ESCRITOR,
GUIONISTA Y DIRECTOR DE CINE
Hay dos opciones, o habitas el
misterio con miedo y angustia o lo haces con fe, es decir, confianza.
De
eso hablan todos mis libros y películas, de personajes que confían en lo desconocido,
que viven con los brazos abiertos y que luchan contra las fuerzas negativas, la
angustia y el miedo.
¿Y usted vive como sus personajes?
Sí,
siempre estoy de buen humor, lo que sorprende a la gente, y soy infinitamente
curioso. Una cosa que me ayuda a disfrutar de la vida es la imaginación, que me
permite explorar todas las puertas del presente.
¿Cómo aplica la imaginación a la realidad?
La
imaginación es dejarse invadir por el mundo y por la gente. Cuando estoy frente
a alguien, me dejo penetrar por todas las sensaciones y las imágenes que emanan
de ese individuo; es un conocimiento empático.
¿Y desde cuándo?
Tenía
29 años, me apunte a un viaje de aventura: diez días caminando por el desierto
del Sáhara y me perdí.
¿Sin agua y sin comida?
Sí.
Llegó la noche y pensé que iba a morir de miedo, pero ocurrió todo lo
contrario. Me invadió la confianza, pasé una noche mística. Entré en ese
desierto ateo y salí creyente. Me costó años poder hablar de ello, pero terminé
confesando porque siempre me preguntan de dónde viene el optimismo de mis
obras, y la fuente viene del desierto. Habito la vida con confianza.
¿No era así de niño?
Era
alegre, pero extremadamente angustiado, tenía miedo a la nada y la idea de que
la vida era inútil, un puro fenómeno material; hoy creo que es algo más que una
agitación de moléculas y que todo está justificado.
Pues me ha partido el corazón.
El
tema que trato en Cartas a Dios es duro, pero es una película optimista; un
himno a la vida aunque la vida sea breve y frágil. Creo que hay que amar la
vida como es, sin ilusiones, sabiendo que es corta, vulnerable y llena de
dolor.
¿Cuándo fue la primera vez que se acercó a niños terminales?
Mi
padre era fisioterapeuta y trabajaba con ellos. Desde que cumplí los ocho años,
todos los jueves y los sábados, me llevaba con él al hospital; así que crecí
pensando que lo normal era estar enfermo y lo excepcional tener salud.
¿Aprendió algo?
Al
principio tuve miedo; luego aprendí que no tenía que permitir que la enfermedad
construyera un muro entre ellos y yo. Y hablo de ello en la película: los
padres de Oscar ven la enfermedad de su hijo en lugar de a su hijo, y el niño
no lo entiende; cree que no le quieren. No hay que dejar que las situaciones se
interpongan entre las personas.
Qué difícil es eso.
Ya
adulto acompañaba a una amiga que iba a los hospitales de voluntaria. Jugando
con los niños descubrí que son mucho más francos y directos. Cuando están en
situaciones frágiles, quieren hablar de la enfermedad, de la muerte, de todo lo
que les ocurre. Son los adultos los que están asustados, y crean angustia con
su silencio e hipocresía.
Su película tiene algo muy profundo.
Un
amor visceral por la vida tal y como es; no tal y como quisiéramos que fuera.
Para mí, ser feliz no es tener una vida distinta a la que tengo, es entrar
completamente en la que tengo; no es protegerse del dolor o la desgracia, es
integrarlos en las tramas de la existencia. Con la misma vida puedes ser feliz
o desgraciado; es una actitud mental.
¿Una actitud que usted ha aprendido?
Sí,
puedes luchar contra tu negatividad y pesimismo. Eso quiere decir que la
inteligencia y la experiencia pueden servir para algo.
Se adivina que ha vivido la muerte.
Sí,
he acompañado a personas cercanas, a veces en largas agonías, y me ha hecho
entender que era urgente amar y decir que amas; no hay tiempo que perder.
Sus mujeres son fuertes y tiernas.
Para
mi el hombre es simplicidad y la mujer complejidad. Cuando una mujer dice no,
nunca quiere decir no, ni cuando dice sí. La mujer es paradójica, es fuerza y
herida. Si no veo su herida, no puedo entenderla.
¿Cómo es su madre?
Una
fuerza sin ambigüedad ni ambivalencia. Creo que mi madre es un hombre.
¿Qué quiere contar?
Tengo
una obsesión: mostrar que cada uno de nosotros podría haber sido el otro. Incluso
escribí un libro sobre Hitler para demostrar que convertirse en un bárbaro está
al alcance de cualquiera. Hay una búsqueda ética: cultivar lo mejor en lugar de
cultivar lo peor, y por tanto una dimensión moral.
Cuesta trabajo ser bueno.
Sí,
el mal se hace rápido y el bien es laborioso. En un segundo lo puedes destruir
todo; por ejemplo, con un niño o en el amor con una sola frase.
¿Cómo se aprende la confianza?
Aceptando
que no todo es racional, aceptando abrir las puertas de la sensibilidad y la
irracionalidad de la vida. Hay que amar la necesidad y todo lo inevitable.
Pensar no es bueno para tener confianza.
Cierto.
El pensamiento es el espíritu crítico, pero es necesario pensar hasta que
llegas a ese umbral en el que el pensamiento ya no sirve para nada y ahí has de
tirarte de cabeza: o al miedo o a la confianza.
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