El Maestro Gurdjieff
El hombre es buscador de nacimiento. El no
lo sabe, pero sí lo es. Y la presencia del Maestro evoca en él la búsqueda y la
vivifica.
La experiencia misma estaba más allá de toda interpretación
ordinaria. Algo se ofrecía a nuestro entendimiento, pero era como despertar en
medio de un fenómeno que no podía compararse con los fenómenos habituales, y
sentirse como integrado en él, libre de toda preocupación por explicar o
describir, era más bien vivir la experiencia como el Maestro nos hacia sentir
que la vivía él.
A veces había como… iba a decir una complicidad, una
inteligencia evidente entre él y nosotros; estábamos juntos, implicados en la
experiencia, por un rato, y eso era lo que al fin predominaba.
Pero
luego quedaba algo que era la prueba de lo que se había vivido con él, y dejaba
muy atrás toda las explicaciones que se pudieran dar.
Había que tratar
de revivificar esa experiencia, de revivirla con todo lo que llevaba consigo de
falsa satisfacción, y de inútil desaliento. Pero aquí y ahora ¿cómo volver a
encontrar esa intensidad?
Eso es lo que sin cesar se propone, y es
evidente que después de tantas tentativas infructuosas, algo persiste,
invitándonos a probar y probar, una y otra vez, sin hacernos ilusiones… y sin
esperar a toda costa un resultado.
Pero intentar de veras conservar esa
disposición, intentar mantenerse en estado de receptividad, eso es lo que
podemos sentir de un trabajo que se hace en nosotros, a condición de no
pretender dirigirlo. No somos dueños de ello. No soy yo el Amo, y sin embargo
reconozco que se me ofrece a mí…
Lo que acaso corresponda a una
afirmación de mí mismo más justa, es esta visión. Intentar, intentar la
experiencia, sin pretender dominarla, pero así y todo, intentarla. Cultivar esa
disposición a vivir la experiencia, entrar en la experiencia y mantenerme en
ella.
Gurdjieff insistía en que no debemos hacer nada sin tratar de
comprender lo que estamos haciendo. El hombre debe experimentar por sí mismo la
verdad de lo que se le enseña.
En los Relatos de Belcebú se nos convida
desde el principio a despertarnos a esa nueva comprensión. Los Relatos no
empiezan de improviso. Les precede una introducción que se titula “El Despertar
del pensar”, y a lo largo de los capítulos se dedican páginas enteras a una
Enseñanza cuyas verdaderas perspectivas aparecerán en las “Conclusiones del
autor”.
Después de más de cincuenta años de morir el Maestro, hay una
enorme diferencia entre lo que eran los grupos en la época de Gurdjieff y lo que
pueden representar hoy.
El tenía en cuenta, evidentemente, la diversidad
de nuestras interpretaciones de lo que él sugería… y se ingeniaba para
utilizarlas conscientemente.
Ahora, por supuesto, ya no es lo mismo que
cuando aquello era vivido y dirigido por el Maestro. Pero, por muy inevitables
que sean las desviaciones, para nosotros hay algo que da fe de que su influencia
sobrevive
¿Cómo mantenerse abierto?
Se nos pregunta hasta qué
punto la intimidad del trabajo sobre sí mismo puede prestarse a ser confiada al
público. Sobre eso existe un malentendido harto evidente que puede adoptar muy
diversas formas. Pero a lo que soy más sensible es a la relación con nuestro
Maestro, y la manera que tenía de poner a prueba nuestra capacidad de
comprender.
En una forma u otra, esto pone en tela de juicio las tareas
que me han propuesto y que he procurado cumplir durante muchos años.
He
venido a llegar al cuestionamiento de la concepción del Trabajo, y de ello se
pueden encontrar ecos en algunos textos, sea en entrevista o en escritos que he
tratado de elaborar.
Hay un malentendido, muy a menudo, en cuanto se
trata de un trabajo que hacer. Es una especie de movilización, de una
responsabilidad que uno asume, de un “trabajo” que tengo que hacer. Quiero
movilizarme, de distintas maneras, para poder hacerlo, puesto que es lo que se
me propone.
Y a partir de ahí, ¡cuántos testimonios cuando un grupo se
reúne, cuánto derivar, y después, cuántos comentarios sobre el trabajo!
Y en medio de todo eso, parece que algo queda descuidado, ignorado. Y es
que el verdadero Trabajo, no lo hacemos nosotros. Se hace en nosotros. Y esto,
naturalmente, con la ayuda del Maestro, pero trasciende incluso la ayuda del
Maestro. Algo se trabaja en nosotros, que obedece a imperativos totalmente
diferentes de aquellos a los que solemos plegarnos.
En todo caso, algo
responde mejor a la verdadera demanda, y consiste en sentirse “en trabajo”, como
una madre… Estar “en trabajo”, sentirse “trabajado” y estar más precavido ante
lo que puede poner eso en peligro. Lo cual evidencia más aún que esa especie de
intervención, de desvío, siempre es posible…
Entonces, por supuesto,
aparece el otro obstáculo, que es una suerte de pasividad, de espera. “Sí, voy a
ser trabajado. Sí, bueno, muy bien… Vamos a esperar y ya veremos.” Y en seguida
surge otro desvío, otra forma de comodidad.
Pero si se vuelve a lo que
se ha reconocido como esencial, entonces se mantiene una interrogación casi
permanentemente. “¿Estoy verdaderamente dispuesto para el trabajo que se hace en
mí?” Me voy volviendo más sensible a lo que interfiere, a lo que prácticamente
inutiliza la operación, así como a ciertas actitudes que voy desarrollando a
favor de ese llamado “trabajo”, y así sucesivamente…
Esa pregunta de
estar dispuesto para el trabajo es el resultado de un proceso, pero no el
comienzo de la búsqueda, tal como lo entendemos. Todos estos desvíos podrían ser
de orden preparatorio.
Se podría, entre paréntesis, ver como corresponde
un cuestionamiento así con lo que sucede al ir descubriendo un oficio: el joven
aprendiz está ahí, con su ansia de empezar a actuar, y va notando lo que se
hace, lo que el patrón puede hacer, lo que el maestro de taller procura
mostrarle, y de ese modo se expone a comprometerlo todo, intentando conducirse
según lo que le parece comprender. Muy a menudo hay una fase intermedia.
Fracasada esa primera tentativa, o bien comienza una espera indefinida que puede
durar hasta el final, o bien una búsqueda nueva, totalmente distinta, como para
ponerse a prueba abriéndose a la posibilidad de comprender mejor las condiciones
mismas de un crecimiento, de una capacitación. Abundan los testimonios de esa
índole en los escritos de los Compañeros del Deber.
Es como si este
trabajo fuera como una preparación para asimilar cierto tipo de alimento. No se
pueden asimilar desde el principio todos los componentes de ese alimento. Se
necesita afinar la sensibilidad.
Eso tiene una resonancia en el recuerdo
de esos años de participación en el trabajo. Es indudablemente una de las formas
del trabajo que se hace en nosotros, cuando no lo esquivamos, sino que seguimos
abiertos a lo que todavía no ha sido verdaderamente percibido. Se presiente que
aún así, está presente en potencia.
En la mirada del señor Gurdjieff y
en la atención con la que seguía nuestras tentativas de comprensión, algo nos
estaba midiendo constantemente; “¿Estará preparado o no? ¿Le ofrezco algo o lo
dejamos para más tarde?” Y en determinados momentos se arriesgaba.
¡Qué
mirada iba poniendo en unos o en otros!... ¡Ah! Sabía que algunos comprenderían
y otros no. Lo tenía en cuenta y se arriesgaba a cada momento. Eran riesgos
“conscientes”. ¿De qué manera lo vivieron unos y otros?
A veces, cuando
uno escribe o contesta a preguntas acerca de la enseñanza del señor Gurdjieff,
tiene que vivir una especie de resonancia, aunque muy lejana, de las situaciones
en las que él se encontraba; y muchas veces decía cosas por el estilo de “Sé que
no debería decírselo, pero…” Y a aquello nos aferrábamos de nuevo, más aún. Y
para algunos era origen de despropósitos enormes, y otras veces era como un
nuevo nacimiento, nacer de nuevo al trabajo. Como en la parábola del Sembrador
había terrenos de todas clases.
En los Relatos de Belcebú hay muchas
referencias al “proceso de destrucción mutua”. Todos los Mensajeros de lo Alto
han intentado hacer comprender al hombre que el Cielo reclama un sacrificio.
Esto me hace pensar forzosamente en el “Esfuerzo Consciente” y el
“Sufrimiento Intencional”. Hablar o escribir sobre esto probablemente no sirva
para nada; tal vez haga falta pasar una vida entera junto a otros compañeros de
incomprensión, de malentendidos.
Otra alusión que hay que retener: la
noción de “Purgatorio”. Es una cosa que casi siempre se entiende mal: El
Purgatorio… ¡Qué maldición! ¡Qué condenación!” Es el prefacio al Infierno. Y
pocos son los que descubren en él el inicio de una verdadera transformación. Es
evidente que los últimos capítulos de Belcebú arrojan cierta luz sobre todo
esto. Pero es curioso: han de transcurrir años después de la primera lectura de
Belcebú, para que esos últimos capítulos muestren las perspectivas que van a
hallar un eco en el lector.
La cuestión no deja de ser “el recuerdo de
sí”. Se presiente como el gran misterio, y a la vez como la respuesta real,
definitiva. Pero en seguida se empieza a perder el rumbo. Hay “llamada” y
respuesta a la llamada. Si la llamada ha resonado de veras, la respuesta no
puede menos que venir. Y luego sigue la ejecución, que traduce en forma de
comportamiento lo que ha sido el impulso suscitado por la llamada.
La
primera respuesta suena como un acorde justo, en cierto sentido.
Y en
seguida vuelve la incertidumbre. Una de sus formas más flagrantes consiste en
asumir responsabilidades en falso, como quien se atribuye la capacidad de
responder, y en seguida exige que los demás hagan lo mismo.
Y por otro
lado está “el buscador de la verdad”, el que mantiene vivo el cuestionamiento,
el que procura elegir y reconocer lo que suena ajustado en las respuestas que
recibe, y en las que le ofrece tal cual tradición, y las experimenta, prueba a
experimentarlas; el que decide: “No. todavía no es esto, se trata de otra cosa”,
y sigue buscando y buscando.
Lo que el señor Gurdjieff nos revela de su
vida de buscador es un perpetuo cuestionarse y volverse a cuestionar, no sólo al
principio, sino hasta el fin.
Y a la vez el reconocimiento de una
respuesta percibida de cierta manera en un momento dado y de otra manera en otro
momento, pero en eso también hay una continuidad.
La respuesta se da
desde el comienzo y es recibida en una forma u otra, o en una tercera… o décima.
.. que se contradicen más o menos entre sí. Es de otra dimensión que lo que
percibe habitualmente.
Habría que hacer sitio a las diferentes etapas en
el camino del buscador de la verdad. Puede ocupar un lugar cierta identificación
con el cuidado de ceñirse verdaderamente a lo que ha sido propuesto, tal como se
ha comprendido.
A falta de esto, se corre perpetuamente el riesgo de
derivar.
Hay quien dice, así, de paso: “¡Ah, eso es interesante! Pero
también hay otras cosas, esto, y esto otro”. Y así puede permanecer
indefinidamente. Cuando hay de veras la tentativa seria de una experiencia que
corresponde a lo que se ha recibido, tampoco es un fin en sí, tiene que seguir
abierto a nuevas interrogaciones que permitan ir más lejos, acercarse a lo que
se ha sentido desde el principio, pero que se debe sentir de manera cada vez más
acorde, según se va desarrollando la experiencia.
Mantenerse abierto,
eso es lo importante. No abierto a cualquier cosa, sino abierto a lo que se ha
captado como una orientación, una dirección. Eso es lo que nos revela la Tercera
Serie de los escritos del señor Gurdjieff, más allá de todas las posibles
cavilaciones del lector.
El Cuarto Camino del que habla el señor
Gurdjieff no se puede aprehender como funcionalmente definido. ¿No iremos a
extraviarnos por un camino errado aludiendo a lo que se puede observar al final
de este siglo, en el que han venido a ser posibles comunicaciones e intercambios
entre representantes de los grandes caminos espirituales?
En el desorden
general, este riesgo de confusión tiene su contrapartida en lo que se puede
percibir como sumamente justo en las reflexiones y los comportamientos de
ciertos representantes de las grandes corrientes espirituales. Entonces ¡ojo a
un nuevo peligro! “Desde luego, a partir de ahí, reuniendo todo eso, vamos a
encontrar al fin un camino coherente que se podrá proponer a todos…” Lo cual es
una manera de poner en peligro, si no de pervertir, lo que tienen de específico
los verdaderos buscadores de la verdad.
El hombre siempre desea una
respuesta, pero la verdadera respuesta es volver a la pregunta. Cuando alguien
decía: “Señor Gurdjieff, usted ha dicho tal cosa, yo he probado a…” en pocos
segundos se lo echaba por tierra. Otras veces el comienzo de la respuesta
contenía todavía tantas preguntas, que otra vez estaba todo en cuestionamiento,
había que continuar, a veces alentado por él. Pero estamos muy lejos del esquema
“Pregunta – Respuesta” indudablemente.
Esto nos lleva a un nuevo enigma,
y podría llevarnos también a un modo de respuesta demasiado fácil. Lo que acaso
pueda ayudarnos más es la recomendación de estar precavido contra toda
conclusión.
Podríamos decir entonces, de manera enteramente práctica,
que la enseñanza del señor Gurdjieff iba en esa dirección. También podríamos
recoger ejemplos, rememorando sus respuestas a algunos de nosotros: “Muy bien,
eso es, muy bien. Ha comprendido muy bien, siga, etc…” Y era un nuevo riesgo el
que se presentaba, porque, naturalmente, se desdecía en cualquier momento:
“Usted no ha comprendido nada…”
Esta enseñanza, tal como fue propuesta y
vivida, consistía, más que nada, en mantener la interrogación.
Una de
las cosas que más me llaman la atención en la manera que tenía el señor
Gurdjieff de despertar un estado de cuestionamiento, son las afirmaciones
perentorias, como por ejemplo: “La verdad no se puede transmitir más que en
forma de mentira.”
“¡Los buscadores de mentiras!” Motivo de asombro y de
rechazo por parte de los recién llegados.
Cuando le hacían una pregunta,
después de echar una mirada, decía: “¿Yo he dicho eso? ¡Nada de eso!”, cuando
era exactamente lo que había dicho unos días antes. Su manera de escrutar las
reacciones de unos y otros; tanto de los que reaccionaban fuertemente en contra,
como de los que en seguida decían a todo que sí y admitían inmediatamente los
cambios de perspectiva…
Él sí que no tenía el más mínimo temor a
contradecirse.
Al parecer, también se cuidaba mucho de otra cosa que
esas contradicciones, puesto que daba a un principiante la impresión de una
coherencia increíble. En esa coherencia, que no es la de la lógica, se sospecha
que hay un secreto. Que se abre, entre otras cosas, a un descubrimiento entre
las compatibilidades y las incompatibilidades entre “ser” y “hacer”.
Descubrimiento en el que, primero, se siente como un callejón sin salida; en
seguida se ve lo que comienza a tener vida en ese algo que no contrapone “ser” y
“hacer”, y permite sentir lo que ha pasado dentro de él en ciertos momentos en
que “ser” y “hacer” parecían estar en contradicción absoluta, y en cambio algo
estaba allí llamando por un lado o por el otro, dejando entrever una posibilidad
de reconciliación n de aquella oposición que a primera vista parecía total.
Algunas reflexiones de la peculiaridad de esta enseñanza
Si
"peculiaridad" significa "Eso que es único", en la enseñanza de Gurdjieff, la
eliminaremos rápidamente. Esta formulación no es en absoluto, como se podría
temer, una afirmación tendenciosa y excluyente. Aquello que hay de único en un
camino de búsqueda espiritual, es simplemente la forma del enfoque y la
percepción de la realidad. Esto es justamente lo que está permitido vislumbrar
en esta enseñanza, más allá de las formas, experiencia y búsquedas, que sugiere.
Esta facultad de orientación que tiende a nacer en nosotros, es tal vez
una de sus vocaciones más evidentes. Es también la necesidad primaria,
considerando su posición natural respecto a las grandes estructuras
tradicionales que la vuelven al mismo tiempo solidaria con todas, e
inconciliable con algunas de ellas. En relación a esto me siento más cercano a
eso que le es "peculiar", en la misma medida en la cual me siento con ganas de
colocarme interiormente en relación a lo que se me ofrece desde el exterior.
Debidamente cultivado, este olfato espiritual debe permitirnos con el
tiempo reconocer el grado de autenticidad de la formas de experiencia que se
proponen a nuestra búsqueda.
Suponemos que esta forma se nos revele como
portadora de una verdad, de naturaleza similar a la que se nos dio a conocer
bajo la influencia directa de Gurdjieff. Esta relación no dejará de captar lo
mejor de nuestra atención y nuestro interés, incitándonos seguir su estudio.
Pero esto no nos autorizara en lo absoluto a sacar conclusiones a favor de una
identidad o de una afiliación y mucho menos jugar con el rol de aprendices de
brujos.
Y, en caso contrario si esta forma nos parece absurda, peligrosa
o ilusoria, será una valiosa ayuda para una mejor toma de consciencia, lo que es
esencial para preservar y evitar el riesgo de graves errores y falsificaciones
en los que incurrimos nosotros mismos, sin una pauta en nuestras
interpretaciones.
Advertidos del peligro y de frente a la infinidad de
aspectos bajo los cuales se aparece lo que hay de "único" en esta enseñanza,
tendremos que buscar la garantía de una orientación justa y naturalmente es en
su mismo origen que iremos a buscarla.
La enseñanza de Gurdjieff tiene
su origen en lo que él llama: “El Cuarto Camino”.
Es necesario aclarar
que una escuela del Cuarto Camino no tiene una forma definitiva, lo que
significa que no tiene dogma, ni rito, en el sentido tradicional.
Estas
Escuelas desaparecen incesantemente, e incesantemente deben ser encontrados y
reencontrados.
No impone ninguna renuncia previa, pero requiere, en el
marco de una vida ordinaria, un conjunto de condiciones apropiadas, enfocadas en
el verdadero trabajo sobre sí mismos.
Se abre una perspectiva de
trasformación profunda del ser a través del despertar y la consciencia de sí.
Implica para el hombre una búsqueda sincera de la verdad, la realización
de su propia “nulidad”, el recurrir al esfuerzo -al súper esfuerzo– en vista del
desarrollo de su poder de consciencia. Le permite también el descubrimiento y
realización de algunas potencialidades escondidas, a través de la activación
simultánea y conjunta de sus capacidades intelectuales, emocionales y físicas,
como resultado de una concentración voluntaria en la lucha, donde él es el campo
de batalla entre sus tendencias positivas y negativas…
Esta lucha
perpetua se verifica, en todo buscador, según el principio de relatividad que
gobierna las relaciones de diferentes niveles de energía del hombre y del
universo.
Pero entre estas líneas de fuerza del Cuarto Camino, lo que se
afirma como primera instancia como absolutamente esencial de esta enseñanza, es
que esta coloca delante del hombre, antes que nada la exigencia de una
“comprensión” y que “el hombre no debe hacer nada sin entender”, y debe
asegurarse por sí mismo de “la verdad que le es dicha”.
Esta exigencia
primaria es una fuente de numerosas equivocaciones. Debemos regresar sin
descanso al sentido que Gurdjieff da a esta necesidad imperiosa de una
“Comprensión vivida” en la cual el “Ser” se desempeña internamente. Está lejos
de la falsa exigencia del hombre ordinario, que se arroga el derecho de reducir
cada verdad al sistema de explicación que gobierna los movimientos de su
pensamiento asociativo.
Además, el acento está en el “hombre” en su
búsqueda individual de la consciencia y sobre “El Trabajo” que es necesario
hacer para conocerse, para transformarse y realizarse completamente.
Aquellos que cuidan las tradiciones se apuran a denunciar una tendencia
al humanismo generador de las más nefastas desviaciones.
Al olvidar con
frecuencia sus perspectivas cósmicas y metafísicas se arriesga reducir “El
Trabajo” a una especie de búsqueda psicológica sin relevos, mientras en otros
estimula los impulsos latentes pseudo-místicos y sin contenidos reales.
Un lugar importante está entonces reservado por Gurdjieff a la
meditación profunda y al silencio, como regreso a la fuente misma de cada
conocimiento. Se trata seguramente de una práctica espiritual en la cual la
visión teórica indispensable no está arbitrariamente separada de un contacto
vivificante con la experiencia en curso, como ella viene vivida y experimentada.
El esquema que se manifiesta muy a menudo de una "búsqueda individual"
demuestran la urgencia de una tarea imperiosa: “asimilar” lo esencial de las
ideas, con la finalidad de no desnaturalizarlas y de comprender cuanto antes la
finalidad del maestro, principio de equilibrio sin el cual “El Trabajo” no
podría existir.
Esfuerzo de comprensión y verificación de las ideas, eso
es lo que aparece con claridad en esta enseñanza: El crecimiento del “Ser”
requiere en efecto un conocimiento directo y un dominio gradual de los
movimientos de nuestra energía, en sus diversos planos de manifestaciones.
Pero en definitiva lo que hay de único y de insustituible en la
enseñanza de Gurdjieff, es Gurdjieff mismo.
Nada más evidente,
ciertamente, para quien vivió esta experiencia cercana a él y se siente
naturalmente, llamado a dar testimonio.
Algunos años después nos dejó
para siempre.
Sin embargo... ¿cómo no sentir perpetuarse en nosotros su
intima presencia, como una fuente permanente del recuerdo de sí?
¿Qué
hay que permite en la influencia del maestro, de perpetuarse una vez que él
desaparece?
No es tanto una "ortodoxia" cuanto una forma de percepción
heredada, con la que debería transparentarse cada cosa, al centro de las
experiencias más intimas como al nivel de la existencia cotidiana.
Pero
no tardamos en sentirnos desbordados por todas partes… y lo desconocido vuelve a
prevalecer. Con el tiempo, estamos invitados a percibir este don como un enigma
y como un desafío…
Eso es lo que no cesa de sugerirnos, bajo las más
diversas formas en “Cuentos de Belcebú a su nieto”. Primero “La recomendación
benévola”, un preámbulo para el lector, seguida del “Despertar del pensamiento”
hasta las “Conclusiones del autor”.
La aventura continúa en profundidad.
Esta conserva en nosotros la evidencia de una permanencia secreta: “La
consciencia” que no cesa de ofrecerse a nosotros. Para acogerla, para tomar
parte en ella, para conservarla y testimoniar, cuántos esfuerzos se han de
intentar una y otra vez, cuántos “Súper esfuerzos”…
Esto es lo que
Gurdjieff llama: “El Trabajo”.
Legado por: Henri Tracol
Soy Miguel Ángel Reche Psicólogo Terapeuta Experto en psicología transpersonal y positiva. Dirijo talleres y tengo consulta en Sevilla: reche2@yahoo.es o 655090215
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