Centro de Psicología y Terapias Alternativas de Tomares y Sevilla.

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domingo, 13 de octubre de 2013

El sermon de la montaña… segun Niccol

Lo único que dejo escrito Jesús.


PARA COMPRENDER LOS TEXTOS SAGRADOS, CUALQUIERA SEAN ELLOS, HAY QUE LEER DEBAJO DE LAS PALABRAS. ES NECESARIO TENER UNA MIRADA MUCHO MAS PROFUNDA Y ESTUDIARLAS, HASTA AUN….. BUSCAR EN DICCIONARIOS MILTIPLES EXPLICACIONES DE UNA MISMA PALABRA…… LUEGO DE UN LARGO TIEMPO ES POSIBLE TENER UN REAL COMPRENSION.

Maria Cristina Catuara

La primera Bienaventuranza, según se las llama, y las ocho restantes, están dirigidas, en apariencia, a los discípulos de Cristo y no a la multitud. Las palabras con que comienza el capitulo quinto del Evangelio de Mateo expresan:

“Y viendo la gente, subió al monte; y sentándose se llegaron a él sus discípulos. Y abriendo la boca, les enseñaba diciendo: «Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos».” (Mat. V, 1-3.)”

En Lucas encontramos una versión abreviada y algo diferente de las Bienaventuranzas; se mencionan tan sólo cuatro, y esto después que Cristo ha escogido a sus doce discípulos en la montaña y ha descendido al llano. De estas cuatro Bienaventuranzas, la primera dice:

“Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.” (Luc. VI, 20.)

Desde que Lucas menciona a los pobres, muchos son los que han pensado que esto quiere decir ser verdaderamente pobre, ser pobre al pie de la letra. Pero en Mateo se dice:

“Bienaventurados los pobres en espíritu, pues de ellos es el reino de los cielos”.

Y nadie podrá creer que los literalmente pobres carecen de orgullo si en este sentido se toma este versículo. .Como vamos, pues, a entender esta expresión “pobre en espíritu?” En la traducción literal del original hallamos que la expresión no es “pobre en espíritu”, sino “mendigo del espíritu”. .Que significa ser mendigo del espíritu?

Eliminemos por completo la noción de que quiere decir ser un mendigo o ser pobre al pie de la letra. Hay otra palabra en los Evangelios que se traduce como pobre y que significa ser verdaderamente pobre, como en el caso de los diezmos de la viuda; en este sucedido se presenta a la mujer como una persona en realidad indigente, pobre en el sentido literal, pero que da más que los otros. Pero el término empleado en este caso tiene un significado más bajo. Se refiere a uno que se arrastra y que tiembla, como si fuese un mendigo oriental pidiendo limosna en las calles, y así adquiere una profunda acepción psicológica.

En Lucas, donde sólo se dan cuatro Bienaventuranzas, se dan también, por así decirlo, cuatro pesares que están en correspondencia directamente opuesta a las bendiciones. El pesar correspondiente a la sucinta formulación de “Bienaventurados vosotros, los pobres” es’ “Mas ¡ay de vosotros, ricos!, porque tenéis vuestro consuelo”. Ahora bien; desde que Mateo habla de ser pobre en espíritu el significado de “rico” en Lucas no puede ser otra cosa que “rico en espíritu”.

Un triunfo sobre un rival, una mejora en la situación personal, una recompensa, un negocio inteligente, todo esto constituye un consuelo. Pero si en el fondo de sí mismo el hombre siente que es nada, que no sabe nada, que no merece nada, si es que anhela comprender más y ser diferente, si en realidad se siente vacío y desea ser algo, entonces, de hecho, en su mente, en su espíritu, en su comprensión, percibe su propia ignorancia, su propia nadidad, y en tal caso es un “pobre en espíritu”. Está vacío y así puede ser harto. Sabe y reconoce su ignorancia, y así puede oír la enseñanza del reino. Pero si está lleno de si “mismo, ¿cómo podrá oír algo? Se oye a si mismo todo el tiempo. Oye las interminables voces de su inquieta y quejumbrosa vanidad, de su satisfecho o frustrado amor propio. Al atacar a los fariseos, Cristo atacaba la riqueza en espíritu, y acerca de ellos dijo que ya tenían su recompensa. Cuando al príncipe rico le pidió que vendiese todo lo que tenia, no estaba hablando de posesiones al pie de la letra, sino de aquel aspecto del hombre que le hace imaginar que es mejor que los demás por sus posesiones mentales, sociales y materiales. Y lo que hace que un hombre se sienta especialmente rico en sí mismo es la satisfacción del amor propio, la vanidad satisfecha, el merito ofrecido por la vida. Y en realidad, las delicias del amor propio satisfecho son más poderosas que cualquier otra cosa en la vida y solo tenemos que advertirlas en nosotros mismos para comprobar que esto es verdad. Si nos encontramos en aquel estado de equilibrio que produce el amor propio, y que en realidad puede también quedar fácilmente trastornado y hacer que uno se sienta ofendido, para que vamos a buscar algo nuevo? .Como se nos podrá pasar por la mente que somos nada, que no tenemos base alguna en nosotros mismos, y que a la luz del reino verdaderamente no poseemos nada?
Cristo sigue hablando tocante a lo que un hombre debe ser, si es que va a acercarse a un nivel superior en sí mismo, al nivel que se llama el reino.

La segunda bienaventuranza

“Bienaventurados sean los que lloran, porque ellos tendrán consolación.”

No es fácil de asir esta idea de que uno puede recibir una ayuda interna y consuelo por el mero hecho de ir contra si mismo. Pero si es que hay un nivel superior de donde procede la dicha con la cual le es a uno posible comunicarse, entonces esta idea no tiene nada de extraordinario. “Bienaventurados los que lloran” significa que la dicha o la felicidad puede llegarle a la persona desde aquel nivel superior del reino siempre que llore, siempre que sea pobre en espíritu. .Pero debe acaso suponerse que el hombre tiene que ir por el mundo bañado en lagrimas, llorando abiertamente o vestido de luto? Esta idea es absolutamente imposible en vista de lo que Cristo ensena en el capitulo siguiente de Mateo, el capitulo sexto,
en el que subraya que el hombre debe hacerlo todo en secreto; hacer su limosna en secreto, ayunar en secreto, y no hacer nada en razón de su amor propio a fin de obtener una alabanza, un halago o un merito a los ojos de los demás. En un sentido literal uno llora sus muertos. Pero percibir que uno mismo está muerto es llorar en un sentido psicológico. Son muchas las cosas que Cristo dice acerca de los muertos, acerca de aquellos que están psicológicamente muertos, muertos en lo interior, en aquella parte de sí mismos que es la parte real, la única que puede evolucionar hacia un nivel superior de hombre; pero porque están muertos no lo saben.
Por tanto, no lloran.

La tercera Bienaventuranza dice:

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.”

En el original, la palabra πραος, que ha sido traducida a “manso” es realmente lo opuesto a la palabra enojado o resentido. Quiere decir amansado, hacerse dócil, de la misma manera como se amansa a un animal salvaje. Heredar la tierra significa acá, legar la tierra otorgada al hombre del reino. Esta dicha en el mismo sentido que: “Honra a tu padre y a tu madre porque tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da”. (Éxodo xx, 12). Los judíos que tomaban estas cosas al pie de la letra pensaban que se trataba de la tierra de Canaan. Pero su significado interno es del reino de los cielos. La tierra, entonces, significaba el reino. Y el hombre habría de ir contra todos sus resentimientos naturales, contra su pasión, su cólera, a fin de convertirse en un heredero.

La cuarta Bienaventuranza dice:

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos.”
y se refiere a aquellos que anhelan comprender lo que es la bondad de ser, los que aspiran al conocimiento de la Verdad que conduce al hombre a un nivel superior. Son aquellos que, al sentir su nadidad, su ignorancia, al sentir que están muertos en su ser interno, anhelan la enseñanza de la Verdad que posee el hombre superior, aspiran seguirla y desean saber lo que es el Bien en el nivel del reino de los cielos. Sienten hambre de Bien y sed de Verdad. La unión de estas dos cosas en el hombre le hace tener aquella armonía interna que se llama justicia.

La quinta Bienaventuranza dice:

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.”

Uno de los significados de esto es que a menos que perdonemos los pecados de otros no podemos esperar misericordia alguna para nosotros mismos en relación a nuestra propia evolución. En cierto sentido, tener misericordia es saber y advertir que aquello que uno condena en los otros es algo que también lleva en sí mismo; o sea, es ver la viga en el ojo propio: es verse a sí mismo en los otros y a los otros en uno mismo. Es esta una de las bases más prácticas de la misericordia. Pero, como todo lo de los Evangelios, además tiene otros significados: uno de estos es que el hombre debe saber y conocer aquello hacia lo cual ha de tener misericordia en sí mismo, y aquello hacia lo cual habrá de ser inmisericorde.

La sexta Bienaventuranza dice:

“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.”

Literalmente, ser puro de corazón significa haber purgado el corazón, haberlo limpiado por medio de una purga. Ante todo, se refiere a no ser un hipócrita. Trata acerca de la correspondencia entre lo interno y lo externo que tiene que haber en el hombre. Trata respecto a un estado emocional que se puede alcanzar; en este estado se percibe directamente la realidad de la existencia de Dios mediante la claridad de visión que permite un entendimiento emocional puro, pues nosotros no solo entendemos con la mente. El aspecto emocional del hombre, cuando se halla lleno de turbaciones sobre sí mismo y así alberga sentimientos malos acerca de quienes no le admiran; cuando está lleno de compasión hacia sí mismo, de odio y de venganza, etc., se halla oscurecido, está en tinieblas y no puede cumplir su función de reflejar el nivel superior. Cuando queda limpio, el corazón ve, o sea que comprende la existencia de un nivel superior, la existencia de Dios, la realidad de la enseñanza de Cristo. Los Evangelios tratan muy a menudo acerca de la purificación de las emociones. Y tomemos nota de que si no existiese un nivel superior, no habría purificación posible de las emociones más allá de turbaciones anímicas relativas a sí mismo.

La séptima Bienaventuranza dice:

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”

Crear la paz dentro de uno mismo es estar libre de las desarmonías internas, de las contradicciones y de los disturbios íntimos. Hacer la paz con los otros es obrar siempre partiendo del Bien que hay en nosotros mismos y no aferrarse a las diferencias de opinión ni discutir sobre los diferentes puntos de vista o teorías que siempre crean desavenencias, desacuerdos. Si la gente obrase apoyándose en el Bien y no en las divergencias resultantes de las teorías y de los puntos de vista, o sea de las diferentes ideas que hay acerca de la Verdad, todos serian pacificadores. Aquí, Cristo los llama “hijos de Dios”, porque en este caso se piensa de Dios como del Bien mismo, en el mismo sentido exactamente en el que Cristo definió a Dios cuando alguien le llamo “maestro bueno”, y él respondió: “.Porque me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino Dios” (Luc. XVIII, 19). El odio divide a todos; el Bien todo lo unifica, de tal suerte que es realmente Uno, y esto es Dios.



Siguen otras dos Bienaventuranzas que en esta breve consideración podemos tomarlas juntas, porque ambas se refieren a la acción más allá y por encima del amor propio, y del sentimiento de merito que lleva.

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. “Bienaventurados seréis cuando os vituperaren y os persiguieren, y dijeren de vosotros todo mal por mi causa, mintiendo. “Gózaos y alegraos, porque vuestra merced es grande en los cielos: que así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros.” (Mat. V, 10-12.)

Esta misma idea se expresa en Lucas de la siguiente manera:

“Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrecieren y cuando os apartaren de sí, y os denostaren y desecharen vuestro nombre como malo, por el Hijo del Hombre. Gózaos en aquel día y alegraos, porque he aquí vuestro galardón es grande en los cielos; porque así hacían sus padres a los profetas.”
Y el pesar correspondiente a esto se presenta diciendo:

“¡Ay de vosotros cuando todos los hombres dijeren bien de vosotros!” (Luc. VI, 22, 23, 26.)

Como en todas y en cada una de las Bienaventuranzas, Cristo habla en esta acerca del hombre, quien tras un prolongado trabajo psicológico en si mismo comienza a desear algo que esta mas allá de su amor propio. Habla acerca del hombre que ya no vive centrado en su amor propio, sino que está buscando el medio de huir de él. Y aquí es justamente donde se encuentra la más difícil de las barreras psicológicas. Pero aun el poder captar un vislumbre de ella, aun cuando no podamos pasarla, es ya de un incalculable valor. Pues quien que lleve una vida respetable y que obre al nivel de la enseñanza de Juan el Bautista puede evitar el sentimiento de merito? .Y podrá en forma alguna regocijarse cuando los hombres hablen mal de el? Un hombre bueno, bueno en la vida corriente, que es sobre lo que habla Juan el Bautista y desde lo cual explica todo, fácilmente puede estimar que hace lo mejor que se puede con solo comportarse bien: dar la ropa que le sobra, dar de comer a quienes no tienen como proporcionárselo, no exigir más de lo que corresponde legalmente, no ser violento, no hacer el mal y contentarse con su paga. .Pero como podrá escapar del merito final de todo esto? Pues cualquiera que sea la causa del amor propio y por muy buena que sea una persona al nivel de ese amor, que es el nivel de todos, existe un gran problema psicológico acerca del cual Cristo hablo de innúmeras maneras y con respecto a lo cual muchos se sintieron ofendidos. El amor propio, que se lo adjudica todo a uno mismo, no puede llegar al nivel del reino, y en las Bienaventuranzas podemos advertir lo que el hombre tiene que llegar a ser, ser en sí mismo, y en un sentido completamente distinto al hombre de amor propio, al hombre de merito y de virtud, antes que pueda siquiera vislumbrar el reino.

Luego viene el resumen de todo el significado de las Bienaventuranzas en los extraños términos de la sal, de tener sal y de que la sal pierde su sabor. Cristo continua de la siguiente manera (aun está hablando a los discípulos):

“Vosotros sois la sal de la tierra; y si la sal se desvaneciere ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y ser hollada por los hombres.” (Mat. V, 13.)

Viendo técnicamente la sal en este caso, la sal como en la realidad, es una mezcla de dos elementos diferentes. Representan una unión. Ya vimos en otra parte que el conocimiento de la Verdad, como esta misma, lleva a uno a una meta que es su propio Bien, y que como tal la Verdad tiene su propio uso. Toda Verdad siempre busca su unión con el Bien. Por si misma la Verdad es inútil. Y el Bien por sí mismo es también inútil… Las Bienaventuranzas tratan acerca de cómo alcanzar cierto estado interior de deseo que puede conducir al hombre a esta unión, pues todo deseo busca alguna forma de unión como la consumación de sí mismo. La Verdad de la enseñanza de Cristo, o el conocimiento del Verbo de Dios, o la Verdad acerca de la evolución interior del hombre, no significa absolutamente nada si se la práctica por sí misma, sin haberse dado cuenta de la meta o sin haberla alcanzado; esta meta es el Bien hacia la cual conduce el conocimiento. La unión de ambas es la dicha, no la dicha ordinaria que conocemos nosotros y que bien prontamente puede convertirse en su opuesto, sino es un estado complejo y consumado en sí mismo de modo que tiene su particular poder de creación mediante su propia fuerza; es poder porque contiene en si mismo los dos elementos —la Verdad y el Bien unidos—. Esta es la fiesta de las bodas de que habla el Evangelio, el maridaje de dos cosas que deben ocurrir en el hombre y que constituyen la totalidad de su vida interior. Esta es la transformación del agua de la Verdad en vino durante las bodas de Cana de Galilea. Pues si se le ve internamente, si se le ve separado de su aspecto exterior y de su semblanza, el hombre es ante todo su conocimiento de la Verdad y su nivel del Bien. Finalmente, en su evolución, llega a ser esta boda entre estos dos elementos. Recién entonces tiene, en un sentido solamente, lo que en los Evangelios se dice: “Vida en sí mismo”, por cuanto por esta unión recibe su poder desde un nivel superior. Quizá sea dable comprender que un hombre puede practicar el lado de la Verdad sin contar con el deseo de que le conduzca a ninguna parte que no sea la autoestimacion. Entonces puede decirse que carece del deseo de que la Verdad que sigue y practica le lleve a la meta que le espera y que es el Bien. No tiene el deseo de consumar esta unión, no anhela este misterio interior de la conjugación. No quiere que aquello que sabe se transforme en aquello que es y que, finalmente, se una a su propia meta al hallar en sí mismo el Bien que le pertenece. Entonces es cuando no tiene sal.

Está obrando sin el deseo adecuado. Esta quitándole el sabor a la sal, haciéndola inútil. Y al carecer de una verdadera comprensión de lo que está haciendo confundirá fácilmente aquella enseñanza que conoce con su vida ordinaria y con todas sus reacciones de tal modo de vivir.

Sin ver hacia dónde conduce la Verdad, o cual es su meta, la tomara a su propio nivel, la tomara como una finalidad en sí misma y aun hará que ella sea una nueva fuente de donde broten otros disgustos, rivalidades, celos y superioridad sobre los demás, y aun crueldad.

Estará ciego con respecto al Bien de la enseñanza que ha recibido y que es su verdadera finalidad. Esta es la razón por la cual Cristo dijo, en otro lugar, después que sus discípulos estuvieron riñendo entre ellos acerca de cuál era el más grande:

“Buena es la sal; mas si la sal fuere desabrida ¿con qué la adobaréis? Tened en vosotros mismos sal, y tened paz los unos con los otros.” (Mat. IX, 50.)

Llevados por su amor propio, los discípulos estaban riñendo entre sí; habían olvidado sus propósitos. Y es justamente porque las gentes olvidan el motivo por el cual estudian la Verdad y no quieren ser realmente diferentes y darse cuenta de otra clase de Bien, que lo mezclan y lo revuelven todo, tanto lo viejo como lo nuevo. Por esta razón. Cristo dice: “Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás os será dado por añadidura”.
 

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